Estén siempre gozosos. Oren sin cesar. Den gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús. No apaguen el Espíritu. No desprecien las profecías. Antes bien, examínenlo todo cuidadosamente, retengan lo bueno. Absténganse de toda forma de mal.

Y que el mismo Dios de paz los santifique por completo; y que todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, sea preservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Aquel que los llama, el cual también lo hará.

1 Tesalonicenses 5:16-24

Notas


La naturaleza humana sugiere que experimentamos las emociones de forma separada e independiente. Pero, al igual que nuestra existencia es multifacética —siendo a la vez seres de carne y hueso y seres espirituales—, nos damos cuenta de que dos cosas aparentemente opuestas ocurren simultáneamente. De manera similar, somos tanto individuos como miembros de una comunidad, ya sea en la iglesia, en nuestro barrio o en la ciudad, el estado, la región, el país y el mundo donde vivimos. Necesitamos mirar hacia nuestro interior, pero no debemos quedarnos anclados en esa mirada egocéntrica durante demasiado tiempo. Al mismo tiempo, debemos mirar hacia afuera, buscando maneras de participar en la vida comunitaria y asumir nuestras responsabilidades.

Tanto en la adoración personal como en la pública, existe la tendencia a depender de la felicidad circunstancial: sentimientos positivos que provienen de situaciones favorables en la vida, pero que a menudo son temporales y están sujetos a cambios. En cambio, deberíamos vivir con una felicidad absoluta: una alegría y satisfacción interior e inquebrantable que no depende de circunstancias externas como la riqueza, el poder o el estatus, sino que surge desde dentro, incluso en medio de las dificultades y luchas de la vida.

Aquí presentamos tres ideas erróneas sobre la adoración personal y una vida de felicidad absoluta:

ALÉGRENSE SIEMPRE

Alegrarse siempre no significa fingir felicidad, ocultar los verdaderos sentimientos, aparentar valentía o mentirse a uno mismo. Somos seres emocionales, y es natural sentir nuestras emociones. Esto significa permitirnos sentir enojo, frustración, decepción y molestia. También significa dar espacio al dolor, la pérdida y la tragedia. Pero volvemos nuestra mirada a Dios Padre, quien vio a su Hijo ser crucificado, y reconocemos que, a pesar de la pérdida o las dificultades, tenemos redención y paz en Cristo. Sin grandes luchas, no podemos experimentar una gran alegría. Estamos llamados a alegrarnos, incluso si tenemos lágrimas en los ojos y el corazón nos duele. No de forma superficial, sino desde una profunda comprensión de la presencia de Dios y sabiendo que Él tiene el control de todo.

OREN CONTINUAMENTE

Orar continuamente no significa que si dejamos de orar por un segundo, hemos fracasado. Se refiere más bien a una vida impregnada de oración. Debe haber un flujo constante de conciencia y comunicación con Dios. De nuevo, no de forma superficial ni simplemente realizando los gestos físicos (cabeza inclinada, ojos cerrados, manos juntas, etc.), sino como una esencia, una parte vital de nuestras vidas como creyentes. La oración debe ser instintiva, una posición natural y una postura familiar.

DEN GRACIAS

Dar gracias no significa actuar a ciegas ni ignorar lo que sucede a nuestro alrededor. En cambio, es un llamado a la intencionalidad: observar las situaciones y circunstancias plenamente, aceptando tanto lo bueno como lo malo con gratitud. No debemos fingir que estamos felices por las dificultades, sino que debemos tener fe en Dios, quien obra para bien en quienes lo aman. Cuando damos gracias a pesar de las circunstancias, mostramos que confiamos en Dios más que en nosotros mismos, y eso debe brindarnos consuelo.

Aquí encontrará orientación sobre cómo participar de forma activa y reflexiva en el culto público:

NO APAGAR EL ESPÍRITU

El pecado, las tradiciones, las reglas religiosas, la desunión, la falta de empatía y de compasión contribuyen al declive de la obra de Dios. El ego, las prioridades personales, las ideologías y los prejuicios de las personas obstaculizan la acción del Espíritu. Estamos llamados a ser un solo cuerpo que vive en la fe y la verdad. La puerta a la comunidad de creyentes debe estar siempre abierta, donde se enseñe la palabra de Dios en lugar de posturas sociales o personales.

EXAMINARLO TODO

Si alguien, es decir, CUALQUIERA, sin importar su reputación, posición, riqueza, estatus o credibilidad, habla en nombre del Señor, debemos confrontar sus palabras con las Escrituras, en oración con nuestro Padre y con el discernimiento de corazones que nos da el Espíritu. También debemos ser cautelosos al emitir críticas con poco o ningún conocimiento y estar atentos a quién confiamos nuestra fe.

LO QUE ES BUENO

Una vez que hemos examinado y evaluado lo que escuchamos, nos aferramos a la verdad y la bondad que encontramos. No nos aferremos a los errores, las injusticias, las heridas, las falsedades, las divisiones, los actos nefastos, las acciones condenables o la maldad. En cambio, apartémonos de lo que es reprensible y vergonzoso y centrémonos en lo que es bueno y verdadero.

RECHACEMOS EL MAL

Después de examinar las palabras y acciones realizadas en nombre de Dios, debemos rechazar las falsedades más abominables, especialmente cuando se cometen en espacios espirituales. Con la presencia del Espíritu Santo, recibimos el don del discernimiento para distinguir el bien del mal. Debemos ser capaces de evitar caer en las trampas del mal, no sucumbir a ellas. Debemos rechazar todo tipo de mal, incluso si está disfrazado de buenas intenciones. Los buenos fines nunca justifican los malos medios. Nunca debemos ceder ante las partes más oscuras, siniestras y malvadas de nuestra naturaleza humana, aunque nos digan que es por algún bien.

Con la religión llega una avalancha de normas y reglamentos sobre la conducta, la forma adecuada de adoración y la obediencia. Lo que a menudo se pasa por alto u olvida es el verdadero camino de los fieles, que nada tiene que ver con las reglas y expectativas creadas por el hombre. Estamos llamados a regocijarnos siempre, ya sea en un entorno espiritual o no, ya sea que enfrentemos la tragedia o experimentemos la alegría. Debemos orar continuamente; esta comunicación debe ser constante y no debe ser ignorada. Debemos dar gracias, ampliando nuestra perspectiva para ver el panorama completo y reconociendo que Dios tiene el control. Asimismo, en nuestra comunidad, no debemos socavar ni eclipsar la obra del Espíritu; en cambio, debemos estar atentos a las palabras genuinas pronunciadas en nombre de Cristo, centrarnos en lo que es bueno y rechazar lo que es malo. Esta manifestación de fe impregna la vida con el amor, la humildad, la gratitud y la paz que encontramos en un Salvador que nos ama profundamente y nunca nos abandonará.


Versos de Memoria

Léon Augustin Lhermitte. Women Praying in Church, 1875/1885. The Art Institute of Chicago

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Invitación a la Oración



Imagen de portada: Franz Ludwig Catel. Primeros pasos, ca. 1820-1825. Museo Metropolitano de Arte.

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